2007-11-29

Una buena fiesta

Esta es una de esas fiestas en las que me habría gustado estar: Vino, ópera y risas. Snif...

2007-11-25

Rolando Villazón - "Me gusta sentir el nervio y la adrenalina"


El mexicano Rolando Villazón es uno de los más sorprendentes fenómenos operísticos de los últimos años. El más mediático de los jóvenes tenores de hoy tiene ya el beneplácito de su modelo, Plácido Domingo, quien le ha señalado como su sucesor. Todo gracias a su belleza vocal, una entrega y una inusitada capacidad interpretativa a las que acompaña su especial carisma. Tras unas triunfales funciones de L’Elisir en el Liceo, donde exhibió su vehemente histrionismo, se presenta el próximo lunes en el Teatro Real.

En el siempre competitivo universo de los tenores, los nombres de Juan Diego Flórez y Rolando Villazón quizá sean los que brillan hoy por encima del resto. Arropados por una impresionante maquinaria mediática y un talento y carisma naturales, se han convertido en los máximos exponentes de esa cantera hispanoamericana que ha seducido al aficionado lírico, siempre ávido de nuevos estímulos. Si el peruano continúa una carrera cercana a la de su modelo Kraus, Villazón (Ciudad de México, 1972) ha seguido la estela de Domingo, tomado como referente y guía, desde que a los diez años escuchara por primera vez una grabación suya: “Quedé enseguida atrapado por ese sonido de la voz humana educada para la ópera. Su voz fue una escuela y una inspiración”, señala. Después de unos titubeos adolescentes donde llegó a plantearse el ser actor, Villazón comenzó sus estudios musicales en su ciudad natal, completándolos con una beca en los talleres de las Óperas de San Francisco y Pittsburgh. Tras su debut europeo en 1999 en Génova –alternando el caballero Des Grieux con su colega argentino Marcelo Álvarez– llegaría su oportunidad al hacerse ese mismo año con tres galardones del concurso Operalia que promueve Domingo. Desde entonces le han bastado seis años para conquistar todos los grandes teatros que llenan su agenda hasta 2010. Un tiempo en el que ha traído nuevos aires a un repertorio encabezado por Verdi, Donizetti o Massenet.

–¿No hay mejor profesor que uno mismo?
–Un maestro siempre es necesario, yo tuve tres, pero al final es el cantante el que tiene que descubrir las armas y los procesos para cantar lo mejor que pueda. Esta es una actividad muy individual. Es uno quien debe tomar las decisiones respecto a su voz. Un instrumento único que sólo una persona es capaz de enseñarte a tocar y ésa eres tú. Siempre hay una búsqueda. Hoy por hoy sigo descubriendo, evolucionando, encontrando lugares y reafirmando otros. Es algo que nunca deja de cambiar.

–¿Ha variado su forma de entender la profesión desde que ganara el Operalia?
–Ha habido un cambio de concepción, al inicio ponía un exceso de atención en cómo cantar, en los sonidos y efectos de la voz. Ahora considero que todo lo que tenemos que ofrecer como cantantes debe estar al servicio del personaje que estamos interpretando. Ese un cambio drástico de filosofía a la hora de afrontar esta profesión porque más que cantar, se trata de contar una historia donde el canto se convierte en un medio. Si haces un piano o un forte, tiene que ser la consecuencia de un estado de ánimo del personaje y no de un efecto escrito en la partitura o una manera de mostrar lo que eres capaz de hacer, algo más propio de un tipo de circo de la voz. En este proceso uno debe ser capaz incluso de sacrificar la belleza. Una búsqueda que llevo a cabo en los ensayos, donde jugamos a cometer errores.

–¿Ha logrado en este tiempo desprenderse del “sonido Domingo”?
–En ningún momento ha habido un deseo de imitarle, ni siquiera de seguir sus pasos. Al prepararme un nuevo personaje no pongo sus discos hasta el cansancio para cantar como él cantaba porque sería un gran error intentar convertirme en el segundo Domingo. En realidad, mi meta no es buscar mi propio sonido, sino darle vida a los personajes que interpreto. Hay que cantar desde las emociones, como un volcán, para lanzar una lava palpitante y fresca, pero que queme. Es en esa búsqueda donde tiene que aparecer mi individualidad.

Referentes históricos
–¿A quién acude para “desengancharse” de Domingo?
–A Carreras, por su fraseo maravilloso y exquisito, a Bjöerling, por su técnica cercana a lo perfecto, a Gedda, por su respeto a los estilos de cada idioma, a Pertile... Depende también de qué vaya a cantar. Si hago Werther, escucharé sin duda a Kraus. De los de hoy me gustan Schicoff, Vargas, Álvarez o Flórez.
–Por su agenda, se intuye que usted es consciente de que ésta es una carrera de juventud.
–La plenitud de la voz de un tenor está entre los 30 y los 45. Algo en lo que, por cierto, coincidía Caruso, para quien esa última es la etapa más productiva de un tenor. En mi caso, honestamente, de los 20 a los 30 no fueron años demasiado especiales. Tuve algún éxito pero era sólo el principio de mi carrera. En esa década tuve que evolucionar y trabajar mucho, no me sentía libre a la hora de salir al escenario, estaba demasiado atento a los sonidos que tenía que hacer, cómo meter la voz en el pasaje, o cómo llegar a este agudo. Hoy, en cambio, a no ser que no esté bien de salud, ya no estoy pendiente de esas cosas técnicas.

–¿Cómo elige los nuevos roles?
–Hay meditación pero también mucho de intuición. A veces simplemente me los ofrecen y tengo que tomar una decisión. Pero me gusta asumir riesgos. Ocurrió con el Don Carlo de Amsterdam con Chailly, cuando hace tres o cuatro años me lo plantearon, pensé “hoy no lo haría ¿pero dentro de tres años?, pues quizá sí”. O cuando me propusieron el Don José de Berlín con Barenboim, entonces me pareció una locura pero pensé que un montaje de Don Carlo y otro de Carmen no me iban a arruinar la voz. Otra cosa es que incluyera el papel en mi repertorio y de pronto me comprometiera a seis producciones en una temporada, entonces sí que puedo cargármela. Si todos estos riesgos están rodeados de papeles líricos saludables para mi instrumento –Lucia, Elisir, Romeo, Werther– no tiene por qué pasar nada. Si la técnica es mala destruye la voz sea el papel que sea.

–¿No hay peligro de asumir pepeles en exceso dramáticos?
–Pero me he tomado mi tiempo, haré Ballo en dos años, en tres, Tosca, Trovador, en cuatro. Sí voy a ir en esa dirección, hacia un repertorio más dramático, más carnoso. También está el enfoque que vaya a darles, mi Trovador será más lírico, más cercano a Björling que a Del Monaco.

Soñar en grande
–Parece que eso de debutar antes un personaje en un teatro pequeño no va mucho con usted...
–No me intimida el tamaño de los teatros. Por ejemplo, cuando hice Hoffmann en el Covent Garden era mi debut tanto en el papel como en el teatro. Me gusta trabajar así, sentir el nervio y la adrenalina. No con el miedo, éste sólo aparece cuando estoy cansado o enfermo. No me importa en qué teatro voy a debutar, siempre me ha gustado soñar en grande; evidentemente me gusta cantar en los grandes, pero el público de uno pequeño también ama la ópera.

–¿Se ve una excepción ante la falta de cantantes-actores?
–Le doy más importancia de lo que algunos de mis colegas aceptarían. La ópera es teatro y es canto. Cuando uno se entrega con esa energía y pasión al drama el resultado es mucho mejor. Supone llevar la obra a otro nivel, más allá de una historia emocionante o una bella música. Cuando añades tu carne, el corazón se conmueve de una manera que quizás ninguna otra obra de arte puede hacerlo. Es algo que recomiendo, actuar cantando da mucho más placer. Además, hoy los directores de escena son más exigentes y las producciones más arriesgadas. Apuesto por esa revolución estilística en cuanto a las escenografías. Nosotros estamos obligados a actuar más porque la competencia es grande, ya que detrás vienen cantantes más jóvenes y con energía, dispuestos a darlo todo sobre el escenario.

–¿Le ha ayudado el físico?
–Sí, ayuda el poder ponerse los pantalones de Rodolfo y parecer que eres un poeta bohemio que está pasando hambre. Pero no es indispensable en ciertos papeles, a mí también me pueden convencer cantantes con sobrepeso que vibren y sientan.

–En su presentación madrileña se echan en faltan más arias...
–Mi regla es que si es recital con piano hago sólo canciones. Ha habido algo de confusión. Yo ofrecí al teatro esta fecha y me dijeron que iba a ser un concierto. Luego cambiaron de parecer. Pero debo decir que cantar los Sonetos de Petrarca de Listz es mucho más difícil que cantar “Una furtiva lagrima”. Va a ser un programa rico y difícil. Aún así, el Real me ha pedido algún aria en las propinas y, rompiendo mis reglas, lo haré.

–¿Qué presiones supone tener una discográfica detrás?
–El inconveniente es que a veces pierdo mucho tiempo en hacer cosas que van más allá de ensayar y cantar. Hay otras presiones como la publicidad que se genera en torno a ti, porque entonces la gente que escucha tu disco espera, por ejemplo, un gran volumen en mi voz. Yo tengo una voz oscura y en el disco el balance con la orquesta es estupendo. Pero mi voz sigue siendo lírica, no soy spinto ni dramático y pueden decir “Ahhh... yo me esperaba más voz”. Esos son los peligros, pero no pienso en ello. Hago lo que tengo que hacer y me divierto.

Cantantes inexpertos
–Hoy hay discográficas, agentes y teatros que no dudan en lanzar al estrellato a cantantes muy “verdes”...
–Si a mi me va mal en la carrera no va a ver ningún culpable más que yo. Si a mi, con 25 años, viene la disquera y me dice “queremos un disco contigo” sería estúpido por mi parte decir que no, que prefiero esperar. Luego podría esperar y grabarlo al cabo de cinco años y dirían “qué inteligente fue al rechazar la primera oferta”, pero es que puede pasar lo contrario, que esperes y que te pase la oportunidad. Es muy duro, claramente las compañías quieren hacer dinero vendiendo discos, pero a veces las pintamos como algo muy frío pero allí hay también gente que ama la ópera y las voces. Pero efectivamente no son sólo las casas de discos, también los teatros y los agentes. A mi me han ofrecido Cavalleria Rusticana o Dama de picas, y he sido yo quien ha dicho que no, porque soy el responsable último de lo que suceda a mi carrera. Lo que suceda depende siempre del artista, siempre es él el que firma. Todos cometemos errores, pero son nuestros errores. Si no nos equivocamos no aprendemos ni evolucionamos.

–¿Es el Dvd el futuro de la ópera grabada?
–Es otra forma de presentarla, muy bella y completa al entrar lo visual. Pero la ópera en cd seguirá. Hemos vendido más de trecientas mil copias de La Traviata de Salzburgo y está en proyecto una Bohème también junto a Netrebko. Son productos diferentes, también tiene su magia grabar en el estudio, el hecho de tener la posibilidad de buscar el mejor fraseo, el mejor agudo. Justamente en Madrid vamos a grabar, con Domingo dirigiendo, un disco de zarzuela. Aún así, la ópera hay que disfrutarla en vivo.

–¿Y el boom hispanoamericano?
–El canto está muy dentro de nuestra cultura, es una parte muy significatica de quienes somos. Es algo que inspira a los jóvenes a lanzarse a esta carrera. Yo mismo, el hecho que hubiera un Francisco Araiza y un Ramón Vargas antes me inspiró enormemente, porque a Domingo siempre lo he considerado español. Hoy las voces latinoamericanas han ganado un prestigio en el mundo de la ópera que hace que los teatros no miren a otro lado cuando les dices hay un tenor mexicano que tienen que escuchar...

–¿Habrá “Los 3 tenores” latinos?
–Me lo han ofrecido tantas veces... pero eso fue un fenómeno único. Si se hiciera ahora sería un concepto equivocado. A ellos “Los 3 tenores”, en cambio, les llevó, estando en lo más alto de sus carreras, a una nueva dimensión que ni siquiera esperaban, a una popularidad que ya se merecían pero que ni siquiera lo sabían. Lo que ahora se quiere hacer es repetir ese éxito sin pasar esa gran etapa de consagración.

Tenores mediáticos
No es nada fácil ganarse un hueco en el mundo de los medios de comunicación y menos en un campo tan elitista como la ópera. María Callas, después de la Guerra, demostró que había caminos paralelos que favorecían los flashes de los fotógrafos y la insistencia de las cámaras. Pero Callas fue única e irrepetible hasta el punto de eclipsar a todas aquellas que seguían, con talento o sin él, su estela. El olfato del cambio de tercio se produjo, sin embargo, de la mano de su majestad el tenor, en este caso Plácido Domingo, dispuesto a compatibilizar las rancheras o las canciones de John Denver con su omnipresencia teatral. Curiosamente, quien más se aprovechó de ello fue Pavarotti, a quien se le llegó a denominar “Tutto” ante el éxito de su recopilatorio y la exhibición de su pañuelo. Luego vino el fenómeno de “Los 3 Tenores”, con Mehta a la batuta, sorprendido, porque estos mosqueteros de la lírica le arrebatan su poder a los jefes de los fosos. Pero medio retirados Pavarotti y Carreras, y con Plácido al final de su carrera, hay que buscarles sustituto. Aquí, el despliegue de posibilidades es múltiple. El atractivo refinado de Flórez, el arrojo desvergonzado de Alagna, algo en declive, o el ardiente decir de Villazón. La historia, y su capacidad de aguante, dirán.

Lirismo intenso
Posee Villazón un instrumento que podríamos calificar en origen de lírico-ligero, extenso, caluroso, vibrante, bastante homogéneo, que usa muy juiciosamente, con efectos musicales plausibles y expresividad muy a flor de piel y que ha sabido agrandar, ensanchar de manera inteligente. Tiene en general resuelta la zona de pasaje, aunque no pueda evitar determinados estrechamientos y engolamientos, de los que no se libran tampoco ni el médium ni el grave. El agudo, salvados esos posibles escollos, es firme –aunque a partir del si bemol puede resultar algo tirante–, timbrado y tiene su squillo, su mordiente; el de una voz muy lírica desde luego. En franjas de la primera octava mete pasajeramente el sonido en la nariz y, más arriba, al atacar notas altas, busca apoyos espurios, que denotan la en este caso perniciosa influencia de su modelo, Plácido Domingo. Pero la voz de Villazón es más clara que la del joven Domingo y también más fácil y natural en el segmento superior. En principio el tenor mexicano es un idóneo Nemorino o Elvino, aunque el transcurso del tiempo y la propia evolución le están trasladando a parajes más centrados en lo lírico –ópera romántica francesa– o, incluso, en lo plenamente lírico o lírico spinto. Su aproximación al Don Carlo verdiano es el mejor ejemplo. Debería cuidar, no obstante, esa proclividad a papeles de cierto empaque dramático y evitar peligrosos forzamientos. A.R.

FORTEZA, Carlos

2007-11-17

Un video equis de YouTube

Advertencia: Tal vez no sea una buena idea ver esto en tu trabajo.